Barajas. 6am. La cinta del ‘check in’ me saca de dudas, 30kg de petate. Primera lección: prepara el equipaje con tiempo y asegúrate de no pasarte del límite de peso. Media hora y 60€ menos después vuelvo a facturar, pero no pueden enviar el equipaje directamente a Osh, tendré que recogerlo en Moscú.
Ya en vuelo enseguida reconozco siluetas familiares. El Moncayo, el Ebro, mi pueblo! Atravesamos Jaca, Canfranc, me estoy hartando a hacer fotos, qué chulas! … o no. Nueva lección: comprueba la opción de la cámara antes de disparar.
Siguiente sorpresa. Mostrador de facturación de Munich. «¿Tiene usted visado para Rusia?». Sudores fríos. «Pues no, me dijeron que no hacía falta». «Sin visado no puede salir a retirar el equipaje». 8| Me acuerdo de Tom Hanks en ‘la terminal’, ¿Acabo de caer en una grieta del sistema? Amablemente consiguen cambiar el número de facturación para que el petate viaje directamente a Osh. Perfecto.
Sin mayores contratiempos aterrizamos en el diminuto aeropuerto de Osh. Parece que aquí no han adoptado el uso de la fila y la gente se agolpa apelotonada en el control de pasaporte. Aprovecho para merodear y hacer alguna foto. Error. Un par de agentes me abordan con gesto amenazador. Su indumentaria castrense con esa gorra exageradamente grande me recuerda a las marchas militares del ejército chino. Intimidan bastante y la situación se agrava por la imposibilidad de comunicarme con ellos. No hablan ni una palabra de inglés. Intento adoptar un lenguaje corporal suficientemente sumiso. Confío en que si la cara de mala hostia es Universal, también lo sea la de ‘tranquilos, soy buen chico, no soy un agente secreto’. Me piden el pasaporte, desaparecen, vuelven. Quizá sólo han querido jugar conmigo, pero el mensaje ha quedado claro. Quietecito y no más fotos.
Antes de salir a la cinta de retirada de equipajes un señor con una cámara casi de museo se dedica a fotografiar a todo el que pasa por el pasillo, como en los controles de los aeropuertos americanos. La escena resume la paradoja de estos países que viven simultáneamente en 2015 y 1815.
Un petate amarillo parece señalar el final del periplo viaje, pero no es el mío. La cinta se vacía. Porca miseria. Un chico joven me está hablando. Sólo entiendo ‘taxi’. Le digo que no, pero insiste. Por fin pronuncia las palabras mágicas ‘ak-sai’. Después de todo venía a buscarme a mi. Fuera, nueva sorpresa. Me están esperando, pero nadie habla inglés. Como un mimo levantando una maleta imaginaria consigo explicar que no ha llegado el petate. Me pasan por teléfono a alguien de la agencia que sí habla inglés. Rellenan un documento con toda la información que pueden recoger y salimos camino a las dependencias de la agencia, que resulta ser una casa alquilada de un par de plantas y un huerto a la entrada.
Allí me dan de desayunar y puedo hablar con alguien en español. Me tranquiliza, van a localizar el petate y enviármelo al campo base, no hace falta que espere allí. El calor ciertamente es sofocante. A pesar de los 1000m y ser las primeras horas de la mañana debemos rondar ya los 30ºC. Un poco antes de la hora prevista me urgen para tomar el transporte al campo base. Con lo puesto, emprendemos viaje después de recoger a un grupo de alemanes en un hotel. El improvisado recorrido turístico por la ciudad sirve de toma de contacto con el país. Sí, es como viajar al pasado, pero con evidentes anacronismos. Sorprende ver obreros deambulando tranquilamente por los tejados sin ningún tipo de seguridad, o nuestro propio copiloto sentado en una caja al lado del conductor. Llaman la atención también las enormes estatuas en la mayoría de las rotondas. Nosotros también las tenemos, pero en la mayoría de los casos, la lejanía temporal con sus protagonistas parece haberlas despojado de cualquier connotación. Aquí parecen cargadas todavía de presente y por algún motivo proyectan un cierto aire intimidante.
Tras casi 8 horas recorriendo parcialmente la Pamir Highway llegamos al campo base, pero antes hay que atravesar uno de los ríos que nacen en los glaciares cercanos. El vehículo que nos precede queda atrapado en la corriente y desde la orilla observamos con cierta preocupación la maniobra de rescate.
Nada más llegar nos distribuyen por parejas en las tiendas. Están distribuidas en una cuadrícula 7×7. A mi me toca compartir la ‘1’ con un alemán. Aunque no hace frío rescato de la mochila que llevaba de equipaje de mano un pantalón largo y un cortavientos fino. Ha sido una suerte haberlos metido al final en la de mano. Hablo con ‘Gia’ el jefe del campamento y le explico que estoy sin petate. Amablemente me prestan un saco de dormir y un forro polar. Con el tiempo perdido en el río se nos ha hecho casi la hora de cenar, las 19h. Comparto mesa con los alemanes. Hay también una chica de Cerdeña y unos noruegos. También nos acompañan los rusos que van a guiar al grupo. Con los días el trato se irá tornando cada vez más cordial. También conozco a unos españoles que al día siguiente tienen previsto subir al campo 1.
La cena a base de arroz, carne y verduras no es muy abundante, pero me sienta muy bien. Sin embargo, he estado notando molestias en el estómago todo el viaje. Creía que era hambre o gases, pero no se me pasa. Por precaución no pruebo el agua y me hidrato a base de té. Conforme avanza la noche las molestias se definen y se convierten en náuseas. Termino vomitando antes de acostarme, y todavía tendré que levantarme un par de veces durante la noche hasta vaciar completamente el estómago. Está claro, son los primeros efectos de la altura (3600m). A pesar de todo consigo finalmente descansar algo y levantarme mucho mejor.
Día 16J. Día 1.
El desayuno se sirve a partir de las 9am. Me parece una hora muy tardía acostumbrado a los grandes madrugones de los refugios de montaña. Pero aquí todo lo que la gente tiene que hacer es subir hasta el campo 1, que lleva 4 o 5 horas, así que parece que no hay prisas por salir pronto. Yo me limito a dar un paseo llano de unos 5kms hasta el punto en que el recorrido se vuelve más empinado. Voy muy despacio, pero me encuentro muy bien. He estado retrasando todo lo posible la visita a los baños, unos barracones con un agujero negro que en lugar de radiación hawking emite un olor pestilente. La postura desde luego no es la más cómoda y en mi estado no quiero desmayarme y atravesar su horizonte de sucesos. Pero más vale acostumbrarse cuanto antes, porque no volveré a ver un retrete en días. Al menos descubro que mis molestias eras exclusivamente causadas por la altura y no por ningún desajuste estomacal. Estoy en plena forma. También descubro que es mejor dejar la botella de agua en la tienda antes de ir al baño. En una fracción de segundo, de esas que en las películas ralentizan durante varios segundos mientras el protagonista grita ‘nooooooo!’, se me escurre del bolsillo y aunque no se cuela por el agujero y casi no se mancha, tengo que pasar después un buen rato lavándola y lavándola y lavándola.
Por la tarde visito con el grupo de alemanes unas lápidas al otro lado del río en homenaje por gente caída en la montaña. Siempre resulta sobrecogedor y un recordatorio de que a pesar de ser un monte fácil, el peligro existe. Por otro lado, las noticias desde Osh no son muy buenas. El petate no aparece, pero están haciendo lo que pueden. Me empiezo a preocupar un poco y me siento frustrado porque mi problema es sólo uno más de los muchos que plantea la gestión del campo con los numerosos grupos que se preparan para subir o regresan del campo 1.
Día 17J. Día 2.
Para intentar aclimatar algo decido subir corriendo al campo 1. Mi cuerpo ha respondido muy bien a la altura. Tengo unas ganas enormes de darle a la zapatilla y hace calor, así que voy ligero. El recorrido es precioso y avanzo rápido. Sólo el último cuarto de hora se me atraganta un poco. Estoy a 4400m sin ningún síntoma de mal de altura y en manga corta! Me encuentro de nuevo con los españoles del día anterior y conozco alguno más. Me dan alguna barrita para afrontar la bajada. Paso por allí un buen rato, reconozco el terreno y hablo con el jefe del campamento. Decido que aunque no llegue el petate voy a subir a dormir al día siguiente. A la bajada el calor ha aumentado el deshielo y el río que he cruzado de un salto a la subida está infranqueable. Un jinete me ofrece pasarme, pero no llevo dinero encima. Me pide las gafas, se las prueba y me ofrece pasarme a cambio de las suyas. Me quedo ojiplático, flipo literalmente. Obviamente me niego. Me pide agua. Se acaba casi el botellín entero y me queda más de una hora al campo base. Pienso que así estamos en paz, pero me sigue pidiendo dinero y le digo que me busque abajo. Bueno, decir no digo mucho, sólo las palabras mágicas, ‘ak-sai’.
Día 18J sábado. Día 3.
Mientras me preparo después de desayunar para subir al campo 1 me llegan malas noticias. El petate no aparece y no hay forma de encontrarlo. Me dicen que tengo que llamar yo. Pero cómo, no tengo cobertura! La cosa se está poniendo seria. Consigo hacer un llamamiento por facebook gracias al teléfono de una de las chicas que trabaja allí, pero es muy pronto en España. Para no hacer nervios subo una de las aristas que dominan la zona del campo base hasta que la nieve me impide avanzar a unos 4400m cerca ya de una cumbre. Al bajar me dejan un móvil y llamo a casa. Llevan toda la mañana intentado que alguien les de una solución. Al final consiguen localizar a una persona con ganas de ayudar en la oficina de Siberian Airlines en Alicante. Con los mismos datos que le había pasado yo a la agencia en el aeropuerto consigue, no sé cómo, localizar el petate. Naturalmente está en Moscú. El supuesto cambio de número de facturación no resultó tan ‘straightforward’ al fin y al cabo. Al menos está localizado, pero no sólo voy a perder el sábado, sino también el domingo, porque no llegará hasta última hora.
Día 19J. Domingo. Día 4.
Para seguir con los entrenamientos me subo a un pequeño pico que hay en dirección al campo 1. Sigo encontrándome muy bien. Estoy un poco solo en el campo. Mis amigos alemanes han subido ya hace un par de días al campo 1. Finalmente por la tarde, no sé si antes o después de cenar, llega el petate. Y con él también Valery, un ruso de San Petesburgo que habla bien inglés y español. Es amigo de Darya, una alpinista rusa que ganó la carrera del Lenin en 2012 y unos días después falleció en el pico Pobeda. Las siguientes ediciones se celebran en memoria suya. Este año Valery no va a correr, pero va a estar de apoyo. Con él intentamos diseñar un plan de aclimatación acelerado. Me entero por él de que la carrera va a ser el lunes 27, tengo sólo una semana para aclimatar.
-Viene de la primera parte…
Barajas. 6am. La cinta del ‘check in’ me saca de dudas, 30kg de petate. Primera lección: prepara el equipaje con tiempo y asegúrate de no pasarte del límite de peso. Media hora y 60€ menos después vuelvo a facturar, pero no pueden enviar el equipaje directamente a Osh, tendré que recogerlo en Moscú.
Ya en vuelo enseguida reconozco siluetas familiares. El Moncayo, el Ebro, mi pueblo! Atravesamos Jaca, Canfranc, me estoy hartando a hacer fotos, qué chulas! … o no. Nueva lección: comprueba la opción de la cámara antes de disparar.
Siguiente sorpresa. Mostrador de facturación de Munich. «¿Tiene usted visado para Rusia?». Sudores fríos. «Pues no, me dijeron que no hacía falta». «Sin visado no puede salir a retirar el equipaje». 8| Me acuerdo de Tom Hanks en ‘la terminal’, ¿Acabo de caer en una grieta del sistema? Amablemente consiguen cambiar el número de facturación para que el petate viaje directamente a Osh. Perfecto.
Sin mayores contratiempos aterrizamos en el diminuto aeropuerto de Osh. Parece que aquí no han adoptado el uso de la fila y la gente se agolpa apelotonada en el control de pasaporte. Aprovecho para merodear y hacer alguna foto. Error. Un par de agentes me abordan con gesto amenazador. Su indumentaria castrense con esa gorra exageradamente grande me recuerda a las marchas militares del ejército chino. Intimidan bastante y la situación se agrava por la imposibilidad de comunicarme con ellos. No hablan ni una palabra de inglés. Intento adoptar un lenguaje corporal suficientemente sumiso. Confío en que si la cara de mala hostia es Universal, también lo sea la de ‘tranquilos, soy buen chico, no soy un agente secreto’. Me piden el pasaporte, desaparecen, vuelven. Quizá sólo han querido jugar conmigo, pero el mensaje ha quedado claro. Quietecito y no más fotos.
Antes de salir a la cinta de retirada de equipajes un señor con una cámara casi de museo se dedica a fotografiar a todo el que pasa por el pasillo, como en los controles de los aeropuertos americanos. La escena resume la paradoja de estos países que viven simultáneamente en 2015 y 1815.
Un petate amarillo parece señalar el final del periplo viaje, pero no es el mío. La cinta se vacía. Porca miseria. Un chico joven me está hablando. Sólo entiendo ‘taxi’. Le digo que no, pero insiste. Por fin pronuncia las palabras mágicas ‘ak-sai’. Después de todo venía a buscarme a mi. Fuera, nueva sorpresa. Me están esperando, pero nadie habla inglés. Como un mimo levantando una maleta imaginaria consigo explicar que no ha llegado el petate. Me pasan por teléfono a alguien de la agencia que sí habla inglés. Rellenan un documento con toda la información que pueden recoger y salimos camino a las dependencias de la agencia, que resulta ser una casa alquilada de un par de plantas y un huerto a la entrada.
Allí me dan de desayunar y puedo hablar con alguien en español. Me tranquiliza, van a localizar el petate y enviármelo al campo base, no hace falta que espere allí. El calor ciertamente es sofocante. A pesar de los 1000m y ser las primeras horas de la mañana debemos rondar ya los 30ºC. Un poco antes de la hora prevista me urgen para tomar el transporte al campo base. Con lo puesto, emprendemos viaje después de recoger a un grupo de alemanes en un hotel. El improvisado recorrido turístico por la ciudad sirve de toma de contacto con el país. Es como viajar al pasado, aunque con evidentes anacronismos. Sorprende ver obreros deambulando tranquilamente por los tejados sin ningún tipo de seguridad, o nuestro propio copiloto sentado en una caja al lado del conductor. Llaman la atención también las enormes estatuas en muchas de las rotondas. Nosotros también las tenemos, pero en la mayoría de los casos, la lejanía temporal con sus protagonistas parece haberlas convertido en un elemento más del paisaje. Aquí parecen cargadas todavía de presente y por algún motivo proyectan un cierto aire intimidante.
Tras casi 8 horas recorriendo parcialmente la Pamir Highway llegamos al campo base, pero antes hay que atravesar uno de los ríos que nacen en los glaciares cercanos. El vehículo que nos precede queda atrapado en la corriente y desde la orilla observamos con cierta preocupación la maniobra de rescate.
Nada más llegar nos distribuyen por parejas en las tiendas. Están distribuidas en una cuadrícula 7×7. A mi me toca compartir la ‘1’ con un alemán. Aunque no hace frío rescato de la mochila que llevaba de equipaje de mano un pantalón largo y un cortavientos fino. Ha sido una suerte haberlos metido al final en la de mano. Hablo con ‘Gia’ el jefe del campamento y le explico que estoy sin petate. Amablemente me prestan un saco de dormir y un forro polar. Con el tiempo perdido en el río se nos ha hecho casi la hora de cenar, las 19h. Comparto mesa con los alemanes. Hay también una chica de Cerdeña y unos noruegos. También nos acompañan los rusos que van a guiar al grupo. Con los días el trato se irá tornando cada vez más cordial. También conozco a unos españoles que al día siguiente tienen previsto subir al campo 1.
La cena a base de arroz, carne y verduras no es muy abundante, pero me sienta muy bien. Sin embargo, he estado notando molestias en el estómago todo el viaje. Creía que era hambre o gases, pero no se me pasa. Por precaución no pruebo el agua y me hidrato a base de té. Conforme avanza la noche las molestias se definen y se convierten en náuseas. Termino vomitando antes de acostarme, y todavía tendré que levantarme un par de veces durante la noche hasta vaciar completamente el estómago. Está claro, son los primeros efectos de la altura (3600m). A pesar de todo consigo finalmente descansar algo y levantarme mucho mejor.
VÍDEO: TIENDA
16Julio. Día 1.
El desayuno se sirve a partir de las 9am. Me parece una hora muy tardía acostumbrado a los grandes madrugones de los refugios de montaña. Pero aquí todo lo que la gente tiene que hacer es subir hasta el campo 1, que lleva 4 o 5 horas, así que parece que no hay prisas por salir pronto. Yo me limito a dar un paseo llano de unos 5kms hasta el punto en que el recorrido se vuelve más empinado. Voy muy despacio, pero me encuentro muy bien. He estado retrasando todo lo posible la visita a los baños, unos barracones con un agujero negro que en lugar de radiación hawking emite un olor pestilente. La postura desde luego no es la más cómoda y en mi estado no quiero desmayarme y atravesar su horizonte de sucesos. Pero más vale acostumbrarse cuanto antes, porque no volveré a ver un retrete en días. Al menos descubro que mis molestias eras exclusivamente causadas por la altura y no por ningún desajuste estomacal. Estoy en plena forma. También descubro que es mejor dejar la botella de agua en la tienda antes de ir al baño. En una fracción de segundo, de esas que en las películas ralentizan durante varios segundos mientras el protagonista grita ‘nooooooo!’, se me escurre del bolsillo y aunque no se cuela por el agujero y casi no se mancha, tengo que pasar después un buen rato lavándola y lavándola y lavándola.
Por la tarde visito con el grupo de alemanes unas lápidas al otro lado del río en homenaje por gente caída en la montaña. Siempre resulta sobrecogedor y un recordatorio de que a pesar de ser un monte fácil, el peligro existe. Por otro lado, las noticias desde Osh no son muy buenas. El petate no aparece, pero están haciendo lo que pueden. Me empiezo a preocupar un poco y me siento frustrado porque mi problema es sólo uno más de los muchos que plantea la gestión del campo con los numerosos grupos que se preparan para subir o regresan del campo 1.
17Julio. Día 2.
Para intentar aclimatar algo decido subir corriendo al campo 1. Mi cuerpo ha respondido muy bien a la altura. Tengo unas ganas enormes de darle a la zapatilla y hace calor, así que voy ligero. El recorrido es precioso y avanzo rápido. Sólo el último cuarto de hora se me atraganta un poco. Estoy a 4400m sin ningún síntoma de mal de altura y en manga corta! Me encuentro de nuevo con los españoles del día anterior y conozco alguno más. Me dan alguna barrita para afrontar la bajada. Paso por allí un buen rato, reconozco el terreno y hablo con el jefe del campamento. Decido que aunque no llegue el petate voy a subir a dormir al día siguiente. A la bajada el calor ha aumentado el deshielo y el río que he cruzado de un salto a la subida está infranqueable. Un jinete me ofrece pasarme, pero no llevo dinero encima. Me pide las gafas, se las prueba y me ofrece pasarme a cambio de las suyas. Me quedo ojiplático, flipo literalmente. Obviamente me niego. Me pide agua. Se acaba casi el botellín entero y me queda más de una hora al campo base. Pienso que así estamos en paz, pero me sigue pidiendo dinero y le digo que me busque abajo. Bueno, decir no digo mucho, sólo las palabras mágicas, ‘ak-sai’.
18Julio sábado. Día 3.
Mientras me preparo después de desayunar para subir al campo 1 me llegan malas noticias. El petate no aparece y no hay forma de encontrarlo. Me dicen que tengo que llamar yo. Pero cómo, no tengo cobertura! La cosa se está poniendo seria. Consigo hacer un llamamiento por facebook gracias al teléfono de una de las chicas que trabaja allí, pero es muy pronto en España. Para no hacer nervios subo una de las aristas que dominan la zona del campo base hasta que la nieve me impide avanzar a unos 4400m cerca ya de una cumbre. Al bajar me dejan un móvil y llamo a casa. Llevan toda la mañana intentado que alguien les de una solución. Al final consiguen localizar a una persona con ganas de ayudar en la oficina de Siberian Airlines en Alicante. Con los mismos datos que le había pasado yo a la agencia en el aeropuerto consigue, no sé cómo, localizar el petate. Naturalmente está en Moscú. El supuesto cambio de número de facturación no resultó tan ‘straightforward’ al fin y al cabo. Al menos está localizado, pero no sólo voy a perder el sábado, sino también el domingo, porque no llegará hasta última hora.
VÍDEO: Campo Base
19Julio. Domingo. Día 4.
Para seguir con los entrenamientos me subo a un pequeño pico que hay en dirección al campo 1. Sigo encontrándome muy bien. Estoy un poco solo en el campo. Mis amigos alemanes han subido ya hace un par de días al campo 1. Finalmente por la tarde, no sé si antes o después de cenar, llega el petate. Y con él también Valery, un ruso de San Petesburgo que habla bien inglés y español. Es amigo de Darya, una alpinista rusa que ganó la carrera del Lenin en 2012 y unos días después falleció en el pico Pobeda. Las siguientes ediciones se celebran en memoria suya. Este año Valery no va a correr, pero va a estar de apoyo. Con él intentamos diseñar un plan de aclimatación acelerado. Me entero por él de que la carrera va a ser el lunes 27, tengo sólo una semana para aclimatar. El plan incluye un ataque a cumbre a final de semana. Parece bastante exigente y él mismo tiene dudas de si será factible, pero es la única forma de afrontar con garantías la carrera. Él sube al día siguiente al campo1 y decidimos salir juntos.
20Julio. Día 5.
Por fin, casi una semana después de llegar comienza la expedición propiamente dicha. Hay bastante material que subir así que preparo el petate para que lo porteen con caballos. Este tramo no es muy caro (unos 2.5€/Kg) pero tampoco hay que pasarse. Selecciono un poco el material y dejo parte en el campo base. Llevo también una mochila de unos 10-15kg. Después de desayunar salimos a buen paso. Al final sufro bastante, qué diferencia de ir con peso a subir ligero! Un poco antes de llegar al campo1 nos cruzamos con un conocido de Valery. Su amigo se dirige a mi en ruso. Valery me explica que me está felicitando por la subida del otro día. Al parecer les adelanté cuando subí corriendo al campo1 y estaba sorprendido de que se pudiera correr a esa velocidad a más de 4000m. Lo que me sorprende a mi es la historia que me cuenta después Valery. Su amigo es uno de los dos únicos supervivientes de un alud que barrió completamente el campo 2 hace justo 25 años. Desde entonces, y casi cada verano, regresa para seguir buscando cuerpos de los más de 40 alpinistas que se tragó la montaña. Este año además habían hecho una ceremonia para conmemorar ese 25 aniversario. La historia me sobrecoge, y lamento haber dejado atrás a su amigo y no poder ser yo quien le haga a él las reverencias.
Tras 2h40′ y a pesar del peso, llegamos al campo1. Me toca la tienda 18 para mi solo. Hemos sido más rápidos que los caballos y el petate tardará un poco en llegar. El buen tiempo de la primera semana ha dado paso a las nubes, y nuestro plan de subir al campo2 al día siguiente se tambalea. Al menos me encuentro perfectamente.
21Julio.Día 6.
El mal tiempo impide subir al campo2. Me dedico a recorrer la zona y acercarme hasta el glaciar, al punto en que la ruta se vuelve más vertical y resulta necesario ponerse los crampones y encordarse.
La noche del 21 me junto después de cenar con los grupos de españoles que están esperando también en el campo 1 para atacar el Lenin. Hay un grupo de Madrid, tres malagueños, y un nutrido grupo de valencianos. Enseguida quedamos absortos por las historias de Javier. En los días atrás había oído hablar de él. Un montañero a la antigüa usanza, que todavía se enfrenta a montañas como el Lenin con pantalones de pana, calcetines de lana, botas de piel y crampones de correas. Resulta que Javier es uno de los mayores expertos mundiales en medicina de montaña y ha escrito el libro ‘Medicina para montañeros’, que yo desconocía, pero que parece ser una referencia en el mundo de la montaña. Javier habla sin pretensiones, pero con sentido orgullo y cariño, del libro y de cómo se gestó. Su historia nos transporta a distintos rincones del planeta con su narrativa cautivadora. Sólo falta la hoguera para decorar una escena de perfecta comunión entre un grupo de desconocidos a los que une una misma pasión. Alejados de toda preocupación, perdidos en un remoto rincón del Pamir, en una reducida tienda comedor a más de 4400m, es inevitable no sentir la intensidad de ese momento, uno de los más deliciosos de toda la estancia.
(* aquí una entrevista a Javier Botella en El Correo: http://www.elcorreo.com/alava/20071006/pvasco-espana/subir-ochomil-nada-saludable-20071006.html)
Absortos como estábamos, casi no notamos la entrada de Nicolas. Con su rostro noble se excusa por interrumpir nuestra conversación. En un precario, pero efectivo español de simpático acento francés nos transmite sus preocupaciones para el día siguiente. Ha estado nevando bastante y las temperaturas son excesivamente altas. El riesgo de aludes es inasumible. Ha decidido retirarse con sus clientes y buscar otra zona en la que invertir los días que todavía les quedan por Kyrgyzstan. Las referencias son persuasivamente gráficas. Ruleta rusa, jugarse la vida. locura. Nicolas se siente en la obligación de advertirnos. El grupo de madrileños queda sensiblemente marcado por la conversación. Los valencianos parecen más inclinados a intentarlo. Y yo me encuentro ante una auténtica tormenta interior. La prudencia me pide quedarme, pero se agotan los días para aclimatar. Posiblemente se trata de un dilema común en grandes montañas, pero para mi resulta completamente nuevo. Nunca he tenido que decidir si merece la pena jugarme o no la vida para subir un monte, simplemente porque aquí no tienes esa percepción de riesgo. Si la montaña está mal lo dejas para otro día. Pero aquí…
¿Realmente es objetivamente más peligroso o me da miedo a mi por falta de experiencia? No soy muy experto en valoración de riesgo de aludes, pero hay quien comenta que posiblemente en Europa estaríamos hablando de un riesgo como mínimo de 4. Es decir, condiciones en las que se recomienda quedarse en casa. Lo que sorprende es que aquí no hay ningún tipo de parte oficial de riesgo. Cada uno toma sus decisiones. Se suceden las opiniones. Se me queda grabada una frase, «es que al final no saldríamos nunca de casa». ¿Es valiente o imprudente? Joder, voy a volverme loco. Qué hago? Y no es sólo la incertidumbre mía. Mis amigos alemanes van a subir y Valery también. Le pregunto por el riesgo de aludes y me sorprende descubrir que él no entiende mucho tampoco. Comprendo que la vida de muchas personas aquí depende no ya de las decisiones que tomen ellos, sino de las que tomen sus guías, que quizá no siempre son tan prudentes o tienen tanta experiencia como Nicolas. La gente discute si salir o no con la tranquilidad de quien decide si va o no al cine, y yo intento mantener la compostura, pero por dentro me va a estallar la puta cabeza. Es delirante. Al final gana la prudencia. Al día siguiente iré con los madrileños a un pico cercano. Pero es raro desear suerte a los que van a subir. No puedes evitar pensar ¿los volveré a ver?
22Julio. Día7.
Los mapas me chafan la ilusión del día. Todavía no toca batir mi record de altitud. El pico no supera los 4800m del Mont Blanc, pero la excursión es otro de los momentos para recordar de toda la experiencia. Día muy bonito con los madrileños.
De vuelta en el campo 1 me encuentro con Nicolas hablando con el jefe del campamento. Le sorprende que no hayan caído aludes en todo el día. Parece querer disculparse por cambiar de opinión, pero está decidido a subir con sus clientes al día siguiente. Música celestial para mis oídos. Si alguien tan prudente como Nicolas sube, yo también. Al día siguiente voy para arriba! Confirmo con el jefe del campamento un par de noches en los campos de altura (no llevo tienda propia y alquilo las que ofrece la agencia a unos ‘módicos’ 60€/noche). Me aseguro de que porteen también algo de material. Serán sólo 5kg porque en este tramo el porteo es mucho más caro, 7€/Kg!. El resto lo cargaré yo. Y consigo que me acepten en una cordada de guías que van a subir a marcar la ruta para la carrera. Los malagueños van a subir también y me ofrecen unirme a su cordada si su guía lo permite, pero no hará falta.
ACLIMATACIÓN EN ALTURA
23Julio. Día8.
3AM. Suena la alarma. Hay que desayunar y prepararse para salir a las 4am. Todo el mundo sale a la vez y mi cordada es la última, pero poco a poco vamos adelantando gente. Somos 4 en la cordada y vamos algo más rápido que el resto, pero en cada grieta hay que pararse para señalizarla para la carrera.
Todo marcha sobre ruedas, me encuentro perfectamente, el ritmo es bueno, el día estupendo las vistas increíbles. Estoy disfrutando de mis primeros pinitos por encima de los 5000m. Incluso las grietas resultan entretenidas. Unas inofensivas bolitas de nieve llaman mi atención. Bajan dando grandes saltos por la fuerte pendiente. Enseguida aparecen más, y ya no son tan pequeñas. Caen a gran velocidad dejando unas características huellas en los escasos puntos en que toman contacto con la superficie. Literalmente vuelan. No resultan difíciles de esquivar, pero la situación enciende las alarmas. Los sentidos se agudizan. La tensa calma se rompe a los pocos segundos. Mientras miro con toda mi concentración a lo alto, una escena me deja petrificado. El blanco estático que domina toda la vista se ve roto por una lengua que se desliza y va ganando velocidad y amplitud. Los gritos ponen a todos en alerta. Mi reacción es soltarme de la cordada, pero al intentar correr fuera de la huella me hundo hasta la rodilla. No hay forma de escapar. La lengua avanza a toda velocidad, pero afortunadamente parece que la trayectoria nos va a esquivar. Sin ser un alud excesivamente grande, la fuerza de la masa de nieve deslizándose me convence de que sería imposible sobrevivir de ser alcanzado. Bloques de nieve del tamaño de un coche son arrastrados pendiente abajo. Pienso por un instante en grabarlo, pero siento que de alguna forma supone tentar a la suerte. Como si ‘respetar’ la intimidad del alud me diera algunos puntos más de salir vivo de allí. Quizá de manera menos prosaica, estoy demasiado acojonado como para coger la cámara. Pienso en la profesionalidad de los reporteros de guerra.
Mis pensamientos van inmediatamente para mis compañeros malagueños. Venían detrás y el alud se dirige directamente hacia ellos. Estoy convencido de que los va a pillar y no van a salir vivos. Sin embargo, a los pocos segundos nos confirman por radio que no ha habido ningún afectado. Posiblemente desde el campo1 estaban mirando con el catalejo. Ha tenido que pasar muy, muy cerca de mis compañeros. Si yo estoy acojonado, ellos deben de estar temblando.
El peligro no ha pasado. Mis compañeros de cordada se sientan a tomar algo de aliento, pero la zona está rodeada de las huellas características de los bólidos de nieve. Es claramente una zona insegura. Pienso en seguir solo, pero enseguida veo grietas semiocultas. No es seguro tampoco seguir solo. Me sorprende la tranquilidad que demuestran. Les insto a seguir, pero me dicen que no pasa nada, que 5 minutos. Yo no puedo evitar las imágenes de la lengua de nieve y estoy convencido de que va a seguirle otra y esta vez va a aparecer por encima de nuestras cabezas. No puedo creerlo pero en ese momento estoy convencido de que me ‘ha tocado’. De que al día siguiente seré yo el que sale en el periódico ‘varios alpinistas mueren en un alud en el pico Lenin’. Joder, mi gente, vaya palo. Por favor, que no sea, por favor que no sea, por favor que no sea. Solo quiero teletransportarme fuera de allí. No puedo rezar, qué coño hace un ateo en una situación así. Me prometo no volver a meterme en una así si salgo de esta. Por favor, que salga de esta, por favor que salga de esta, por favor que salga de esta. Son minutos larguísimos. Sólo un segundo pensando que vas a morir es ya demasiado. Finalmente nos ponemos en marcha. Intento acelerar el paso, pero el último de la cordada es algo más lento. El primero de cordada decide que podemos dividirnos en dos. Yo continúo por delante con Nadya. Qué fuerte es la tía. Unas cuantas ‘zetas’ y grietas después la pendiente cambia y nos encontramos en el plateau que da acceso al campo 2. Por fin se divisan al fondo los puntitos multicolor del campo! Aún queda media hora y tenemos que atravesar los restos de algún alud, pero parece una zona menos expuesta. Respiro por fin, e intento escobar debajo de la alfombra el pensamiento recurrente de que tengo que bajar por ahí de nuevo. No nos podrán sacar en helicóptero?
Ya en la seguridad del campo2 toca acomodarse en la tienda. Se nota la altitud, pero las sensaciones no son malas. 5300m, mi record, aunque no es más que la altura del campo base del Everest. La superficie de la tienda está totalmente inclinada. El campamento se transladó a esta zona más protegida, pero mucho menos cómoda, después del accidente de 1990. He subido comida, pero los madrileños, que han decidido retirarse habían dejado un depósito aquí y me lo ceden. Toca coger nieve para derretirla (alquilé también hornillo y gas). Busco una zona sin pisadas y de repente hundo la pierna hasta la rodilla en una grieta con agua. El susto en el fondo me ahorra el tener que derretir nieve. Poder coger agua directamente va a ahorrar gas y tiempo. A pesar de que a esta altura el agua hierve antes todavía me cuesta media hora poder tomarme algo caliente. Para eso, antes he tenido que conseguir un mechero. El que llevaba está ya en las últimas. N-ésima lección, llevar mechero nuevo.
24Julio. Día9.
Mi primera noche por encima de 5000m no ha sido mala, aunque tuve que tomarme un ibuprofeno por si acaso. No madrugo ni tengo prisa. Desayuno tranquilamente. El día ha salido bastante malo. Dos de los malagueños tiran hacia el campo3. La tercera decide quedarse en el campo2. El susto pare ellos fue mayúsculo. Me cuentan que hubo gente que tuvo que soltar las mochilas y echarse a correr. Las mochilas no las pudieron encontrar! Yo salgo un rato más tarde y me planto en algo más de dos horas en el C3 a 6100m. Voy ligero porque bajo a dormir de nuevo al C2. Rampas muy duras, pero afortunadamente sin ningún peligro. La niebla lo envuelve todo. Me pillo una tienda para pasar allí unas horas. Me encuentro bastante bien. Parece que la aclimatación no va mal. Mañana sábado puedo subir a dormir aquí e intentar un ataque el domingo. A la mierda la carrera. Yo una vez que baje no vuelvo a subir.
Los malagueños llegan al C3 un rato más tarde. Comparto la tienda con ellos y me ofrecen algo de jamón. Qué lujazo! Llevo ya unas cuantas horas por aquí arriba y sin síntomas de mal de altura, pero toca bajar. Encontrar las huellas de bajada no resulta tan fácil. Echo a bajar y no me resulta familiar lo que encuentro, pero no puede ser por otro lado. Al poco aparecen unas rampas de subida por las que es seguro que no he pasado. Dónde estoy? Empiezo a pensar que voy camino del C4. Un rato más tarde baja uno que me saca de dudas. Efectivamente me había desorientado totalmente! Intento seguirlo de vuelta al C3, pero empiezo a notar la altura. Llego algo reventado un poco más tarde. Me ofrece algo de té y ya juntos emprendemos la vuelta al C2. Al poco de empezar la rampa más dura me topo con los Valencianos. Me paro a hablar un rato con Carlos Soria, un bregado ochomilista. Le cuento el susto del día anterior y que estoy pensando en renunciar a la carrera. Es él quien me anima a no tirar la toalla. Se me quedan grabadas sus frases, ‘no todos los aludes matan’, ‘te ha dado miedo porque eres corredor, no alpinista’. No sé qué pensar. Si venía con idea de conocer mis límites, quizá los he encontrado. Me pregunto si realmente quiero acostumbrarme a convivir con ese riesgo. A pesar de todo son palabras alentadoras, siento incluso algo de admiración, que viniendo de alguien como él me da un punto de confianza. Ellos suben para su ataque definitivo a cumbre. De todo el grupo sólo cuatro lo intentan. Les deseo toda la suerte del mundo.
Julio25. Día 10.
Esa segunda noche a 5300m ha sido un horror. He dado vueltas sin parar y no he podido encontrar la postura. Sin prisa me preparo con intención de subir a dormir al C3. No recuerdo, pero creo que me habían llegado rumores de que la carrera podía ser el martes y en tal caso tenía una opción de intentar cumbre el domingo y bajar a tiempo. El día ha salido horrible. Las previsiones no son buenas aunque hay quien dice que el domingo va a ser bueno. Mis planes se truncan cuando el responsable del campo me informa de que le han confirmado por radio de que la carrera va a ser el lunes y es necesario que baje ya si quiero participar. Las buenas noticias son que la meta se va a colocar a 6400m, no sé si por las previsiones de tiempo (el año anterior se subió a 7000m y un temporal puso a algún corredor en dificultades), o porque no habían encontrado voluntarios para estar de jueces en meta a una altura mayor. En cualquier caso, ese es el dato que me convence para participar. Pienso que aunque no he podido aclimatar bien y desde luego no voy a poder continuar a cumbre, quizá me encuentre lo suficientemente bien como para disputar la carrera hasta esos 6400m. Toca de nuevo formar cordada para bajar y atravesar la zona de aludes y grietas. Voy con Nadya y el chico que me ofreció el té en el C3. Los dos van a correr también la carrera y están bien aclimatados, así que bajamos a buen ritmo. Yo voy un poco forzado, pero quiero pasar cuanto antes por esa zona. A pesar de las prisas, sí que paramos para fotografiar de cerca el alud del día anterior. Sobrecoge descubrir que la zona del puente de madera está totalmente arrasada. De hecho el puente ha desaparecido y la grieta se ha cubierto facilitando el paso. Habíamos estado media hora antes del alud allí sentados esperando nuestro turno para pasar y media hora después ese mismo sitio estaba arrasado. Es realmente increíble que no pillase a nadie aquí.
Una vez abajo del glaciar nos desencordamos y continuamos a buen paso, pero unos minutos después tengo que parar. No puedo más. Me derrumbo físicamente. Quizá también mentalmente. Me sacan más de media hora en poco más de 1km. Llego arrastrándome. Estoy a salvo en el C1, y tengo un día para recuperarme para la carrera.
26Julio. Domingo. Día11.
El domingo amanece totalmente despejado. No puedo evitar pensar que podía haber sido mi día de cumbre! Paso el día holgazaneando por el campo, grabando algún vídeo y descansando. Descubro que hay que inscribirse expresamente para la carrera. Pensaba que las gestiones con la agencia bastaban, pero allí parece que no les consta mi nombre. De hecho, algunos dorsales llevan el nombre inscrito. Yo elijo el 22. El director me pide incluso los 50€ de la inscripción. Empiezo a entender que la agencia ‘ak-sai’ y la organización de la carrera en realidad son cosas diferentes. La agencia ha tramitado mi paquete como un cliente más que va a ascender al Lenin, pero no parece que tengan mucho que ver con la carrera. De nuevo pronuncio las palabras mágicas ‘ak-sai’ y parece entender. Se da por satisfecho, pero es una nueva lección para la próxima vez. La charla técnica es en ruso y tengo que encontrar a alguien que me traduzca. Confirman la llegada a 6400m y dan alguna indicación más sobre seguridad. Me sorprende descubrir que hasta el campo3 permiten correr con zapatillas ligeras. Yo le enseño mi equipo al director de carrera. Con zapatillas y crampón ligero puedo ir hasta el C3, pero a partir de ahí necesito bota y crampón más grande. Le enseño las botas que compré en el outlet y los calentadores químicos. Finalmente acepta que corra con eso hasta meta, pero no podré continuar a cumbre si se da el caso. Los valencianos me prestan unos crampones de correas y algo de cinta americana. He terminado gastando la mía y quiero cubrir las suelas de los botines de ciclismo que voy a llevar sobre las botas. Vaya inventos. Mientras tomo fotos de la cara norte pillo en directo un nuevo alud en la zona cercana al C2. Sólo el hecho de pasar rápido y temprano por allí me anima a seguir con la carrera. Con Pablo, un valenciano hemos estado haciendo también algunas tomas conmigo corriendo con el Lenin de fondo. Muy chulas.
VÍDEO: BAÑOS
VÍDEO: PREVIA
VÍDEO: RUTA
VÍDEO: Previa
VÍDEO: Calzado
Sólo queda cenar pronto, preparar la mochilita de carrera y acostarse. Mañana toca madrugar. No sé si estoy nervioso o no. Han sido demasiadas emociones. Intento no pensar demasiado, pero a veces uno se pregunta si no estará tomándose su último té…